Natxo Vadillo
Lecciones de humo en la Mezquita de Córdoba que definen el riesgo monumental (1ª Parte)
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La noche del pasado 8 de agosto, una columna de humo ascendiendo desde el corazón de la Mezquita-Catedral de Córdoba desató una alarma que eclipsó el resto de incendios que devoraban la geografía patria. Las imágenes evocaron el espectro de la tragedia de Notre Dame en 2019, un trauma colectivo para el mundo del patrimonio cultural. Sin embargo, el desenlace fue radicalmente distinto, ya que lo que pudo ser una catástrofe de dimensiones monumentales, se resolvió como un incidente contenido, un siniestro grave pero limitado.
Esta diferencia no fue un golpe de suerte, sino el resultado tangible de una evolución en la concepción de la seguridad y la gestión de riesgos catalizada, precisamente, por las lecciones aprendidas de la catástrofe parisina. Desde la perspectiva de la ingeniería de riesgos y el sector asegurador, el incendio de Córdoba no es una historia de lo que casi se pierde, sino una lección sobre lo que se ha ganado en adaptabilidad y preparación.
Anatomía de un riesgo mitigado
El análisis del siniestro revela un origen que subraya la complejidad del riesgo moderno en entornos históricos. El fuego se inició pasadas las 21:00 horas, presumiblemente por un cortocircuito en una barredora eléctrica industrial almacenada en la capilla número 37, un espacio utilizado como almacén de útiles de limpieza. Las llamas se propagaron con rapidez a la cubierta de madera, provocando el colapso del techo de la capilla de la Anunciación y afectando por humo a otras dos capillas adyacentes. A pesar de la virulencia inicial, el daño quedó circunscrito a un área de entre 50 y 60 metros cuadrados, de los más de 13.000 que tiene el monumento, con un coste de reparación estimado en alrededor de un millón de euros.
La clave de esta contención fue la robusta arquitectura de seguridad del monumento, materializada en su Plan de Autoprotección, actualizado y aprobado en 2020, apenas un año después del desastre de Notre Dame. Este plan funcionó: la detección fue casi instantánea gracias a un sistema de vigilancia integral que combina dos centrales con cinco tipos distintos de sensores y personal presente 24 horas. Y la respuesta de los bomberos fue el fruto de simulacros periódicos que ensayan la coordinación entre el personal del Cabildo Catedralicio y los cuerpos de emergencia. Este aparente éxito, sin embargo, revela una verdad incómoda: la mayor amenaza provino de un riesgo aparentemente mundano, porque la causa raíz no es el fallo del equipo, sino el fallo en el protocolo de gestión de riesgos operacionales.
La alargada sombra de Notre Dame como catalizador
El «efecto Notre Dame» de 2019 actuó como un electroshock para el sector del patrimonio cultural. En París, la cadena de fallos fue sistémica: una demora crítica de 23 minutos entre la primera alarma y la confirmación efectiva del fuego, la ausencia de sistemas de extinción automática en el ático de madera y una compleja estructura metálica exterior que dificultó la intervención.
El desastre provocó una revisión exhaustiva de los planes de seguridad en toda Europa, impulsando la actualización de protocolos como el que finalmente salvó a la Mezquita-Catedral. Pero, sobre todo, marcó un punto de inflexión en la gestión del riesgo de incendios en patrimonio cultural. La catedral parisina, que como los demás monumentos franceses anteriores a 1905 estaba autoasegurada por el Estado (una fórmula que equivale a no tener seguro comercial), demostró las limitaciones de este modelo cuando el coste de reconstrucción superó los mil millones de euros.
La respuesta del sector asegurador ha sido la implementación de protocolos de seguridad reforzados en monumentos similares. En España, el ministro de Cultura anunció inmediatamente después del siniestro parisino una revisión de la seguridad de los grandes monumentos nacionales. Esta iniciativa se ha materializado en la adopción de sistemas de protección contra incendios de última generación, como los de agua nebulizada a alta presión que ya se han instalado en Notre Dame y que próximamente se implementarán en la Mezquita cordobesa.
Las complejidades del seguro de patrimonio cultural
El modelo asegurador aplicado a bienes de interés cultural presenta particularidades únicas que el caso cordobés ha vuelto a evidenciar. A diferencia de los edificios comerciales o residenciales, donde la valoración del riesgo y la determinación de sumas aseguradas sigue patrones relativamente estandarizados, el patrimonio histórico requiere un enfoque especializado que combine conocimientos técnicos, históricos y aseguradores.
En el contexto español, la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español establece el marco normativo que define los tres niveles de protección patrimonial, siendo los Bienes de Interés Cultural (BIC) los que ostentan el máximo grado de tutela. Esta categorización legal impacta directamente en la estructura aseguradora, ya que implica obligaciones específicas de conservación y limitaciones en las intervenciones, aspectos que deben reflejarse en las condiciones de las pólizas.
La Mezquita-Catedral, como bien inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial desde 1984, se encuentra sujeta a un régimen de protección multinivel que incluye normativas nacionales, autonómicas e internacionales. Esta complejidad regulatoria se traduce en requisitos aseguradores específicos, donde los seguros de responsabilidad civil adquieren una relevancia particular debido a las implicaciones que cualquier intervención inadecuada podría tener sobre el valor universal excepcional del bien.

El dilema del valor incalculable
Como se puede observar, un siniestro en un Bien de Interés Cultural (BIC) activa un complejo entramado asegurador, donde la correcta definición de las sumas aseguradas se convierte en un ejercicio de alta especialización. Las dos coberturas principales, Daños Materiales y Responsabilidad Civil, se enfrentan a desafíos únicos en este contexto.
La póliza de Daños Materiales se topa con una paradoja fundamental: ¿cómo asignar un valor económico a un activo cuyo valor cultural es, por definición, incalculable? Conceptos como el valor de reposición o el valor venal son inaplicables. La solución del sector asegurador es la cláusula de «valor convenido». Mediante este mecanismo, el asegurado y la compañía, asesorados por peritos expertos en arte e historia, pactan una suma indemnizatoria en el momento de la contratación. Este valor se convierte en la cantidad a indemnizar en caso de siniestro, eliminando el riesgo de infraseguro y las potenciales disputas sobre la valoración de la pérdida una vez ocurrido el daño.
Por otro lado, la póliza de Responsabilidad Civil, que protege al titular frente a daños a terceros, adquiere una dimensión crítica que a menudo se subestima. En el caso de Córdoba, al ocurrir el siniestro fuera del horario de visitas, su activación fue limitada. Sin embargo, un análisis de riesgos debe contemplar escenarios de mayor severidad. Un incendio durante el día, con miles de visitantes, podría haber generado reclamaciones masivas por lesiones, pánico o incluso fallecimientos. Asimismo, la propagación del fuego a edificios históricos colindantes podría haber desencadenado reclamaciones patrimoniales de enorme cuantía. Aquí, la suficiencia de la suma asegurada es vital. Un límite de indemnización inadecuado podría dejar al titular del bien expuesto a una ruina financiera, incapaz de hacer frente a las responsabilidades legales derivadas de una catástrofe.
La correcta calibración de estas sumas es, por tanto, una de las decisiones más estratégicas en la gestión de riesgos de un monumento. No se trata de una mera cifra en un contrato, sino del resultado de un diálogo profundo entre el gestor del patrimonio, el corredor de seguros y la aseguradora. Este proceso debe basarse en una evaluación exhaustiva de la Pérdida Máxima Probable (PML), tanto en daños propios como en responsabilidad frente a terceros. Fijar un valor convenido justo para el bien y un límite de Responsabilidad Civil que contemple el peor escenario plausible no solo garantiza la viabilidad financiera tras un siniestro, sino que refleja una comprensión madura y responsable de la custodia de un legado universal.
Desde la perspectiva de la ingeniería de riesgos, prevenir es rentable
Desde la filosofía de Compitte, el seguro no es el principio de la gestión del riesgo, sino su culminación. Una inspección de riesgos no se limita a verificar extintores; implica una inmersión en la operativa diaria. En este análisis, el almacenamiento de maquinaria eléctrica en una capilla histórica habría sido catalogado como un riesgo crítico inaceptable. Se trata de un «peligro común» (un fallo eléctrico) magnificado exponencialmente por un «peligro especial» (su ubicación en un entorno de valor incalculable). Nuestra recomendación habría sido tajante: el traslado inmediato de todos los materiales combustibles a una estructura anexa y debidamente protegida.
Esto nos lleva a una conclusión fundamental: la prevención es un activo financiero cuantificable. La inversión del Cabildo en su Plan de Autoprotección ha generado un Retorno de la Inversión (ROI) extraordinario. Si comparamos el coste del siniestro, contenido en un millón de euros, con la potencial pérdida de un activo que genera más de 400 millones anuales, el ROI de la inversión en seguridad es inmenso. Además, las aseguradoras ofrecen reducciones significativas en las primas, que pueden oscilar entre el 5% y el 45%, para propiedades con sistemas de protección bien mantenidos. La prevención, por tanto, no es un gasto, sino una de las inversiones más rentables que el gestor de un bien patrimonial puede realizar.

Del agua nebulizada al gemelo digital
Los planes de autoprotección también han evolucionado hacia modelos más sofisticados que integran tecnologías como la inteligencia artificial y los gemelos digitales. La Alhambra de Granada, por ejemplo, actualiza cada tres años su plan de autoprotección y utiliza un gemelo digital para ensayar escenarios de riesgo sin poner en peligro el patrimonio físico. Esta innovación permite optimizar las estrategias de respuesta y formar a los equipos de intervención en entornos controlados.
El incendio de la Mezquita-Catedral de Córdoba muestra cómo se ha acelerado esta transición hacia la próxima generación de tecnologías de protección. La decisión de instalar un sistema de agua nebulizada, que extingue el fuego con hasta un 90% menos de agua minimizando daños colaterales, es un paso en esta dirección, al igual que la tecnología de detección ultra-temprana VESDA (Very Early Smoke Detection Apparatus), un sistema de detección de humo por aspiración que se destaca por su capacidad de detectar incendios en una fase muy temprana, incluso antes de que el humo sea visible a simple vista.
A más largo plazo, la revolución vendrá de la mano de los Gemelos Digitales, réplicas virtuales vivas de los monumentos creadas a partir de modelos HBIM (Heritage Building Information Modeling). Estos permitirán a los suscriptores de seguros ejecutar simulaciones de riesgo (incendios, terremotos, inundaciones… ) y calcular la Pérdida Máxima Probable (PML) con una precisión sin precedentes, transformando la suscripción de un arte a una ciencia basada en datos. En caso de siniestro, la comparación entre la realidad dañada y el modelo digital permitiría una evaluación de daños casi instantánea y objetiva, acelerando drásticamente el proceso de ajuste y pago de la indemnización.
Hacia una gestión del riesgo por diseño
El incendio de la Mezquita de Córdoba constituye un caso de estudio para el sector asegurador español. La respuesta efectiva del plan de autoprotección, que limitó los daños a una superficie mínima, demuestra la eficacia de los protocolos implementados tras las lecciones aprendidas de Notre Dame.
Sin embargo, el siniestro también revela las limitaciones del modelo asegurador actual cuando se aplica a patrimonio de valor incalculable. La necesidad de invertir dos millones de euros (uno en restauración y otro en sistemas de protección avanzados) para reparar daños en apenas 25 metros cuadrados ilustra la desproporción entre causa y efecto que caracteriza estos riesgos.
Para el sector asegurador y los custodios del patrimonio, este evento cristaliza tres lecciones capitales. Primero, que los riesgos operacionales más mundanos pueden ser devastadores. Segundo, que la inversión en prevención tiene un retorno medible y extraordinario. Y tercero, que el futuro del aseguramiento de nuestros bienes más preciados es inexorablemente digital.
De esta forma, el papel del seguro evoluciona hacia una asociación estratégica, donde los programas más eficientes se construirán sobre una base de ingeniería de riesgos rigurosa. El humo sobre Córdoba se ha disipado, pero ha dejado un plan de acción: un llamamiento a adoptar una cultura de resiliencia activa, garantizando que nuestro legado se proteja no por azar, sino por diseño.