Natxo Vadillo
De nuevo una fatalidad acompaña la historia más reciente de la aviación
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Hace unas semanas sufrí un retraso para embarcar en un vuelo transoceánico de más de cinco horas. Cuando uno emprende su salida tiene que prever que hay imponderables que pueden tocar como así me ocurrió.
La buena noticia fue que a la aeronave le tocaba justo en ese instante hacer una revisión programada por lo que, de acuerdo con la documentación pertinente, su tripulación y el personal de tierra se afanaban en verificar cada uno de los distintos elementos que debían de ser chequeados.
Hace apenas unos días un malogrado Sukhoi Superjet 100, con 78 personas a bordo, aterriza de emergencia en el aeropuerto moscovita de Sheremétievo del que acababa de despegar rumbo a Múrmansk, envuelto en llamas al impactar el tren de aterrizaje y el morro contra la pista, y confirmando lamentablemente la pérdida de 41 almas. Aunque varias de estas víctimas parece que se debieron a un intento desesperado de tomar su equipaje antes de abandonar el avión.
En un primer momento se habló en la prensa especializada de que un rayo podía haber alcanzado al aparato, y habría podido ser el origen de la emergencia.
Los materiales y la estructura de la cabina, así como todos los sistemas redundantes que tienen los aviones, se diseñan para que puedan aguantar el impacto de rayos y situaciones de sobretensión, ahora bien, no cabe bajo ningún concepto duda de que una vez atravesado un episodio así un avión puede requerir ser revisado en tierra para confirmar su normal funcionamiento.
Como siempre prudencia ante una fatalidad como la que nos ocupa, que obviamente debería hacer replantearse a nivel global, si se confirmaran los presagios iniciales, hasta qué punto puede llevarse a cabo una operación, si hemos expuesto los sistemas al máximo de su capacidad.
Natxo Vadillo – Compitte by AGS –
Foto. REUTERS